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Diarios de El Cairo (XI): enganchados a Internet

17.46 – 16/09/2011

Venirme sin ordenador ni móvil con Internet ha sido una gran idea. En el hostel me doy cuenta de lo enganchados que estamos muchos de nosotros a la Red. Ahora mismo, por ejemplo, 6 de las 7 personas que hay en la recepción están mirando su ordenador. El otro soy yo. No voy a mentir, voy a un cibercafé todos los días, o lo miro en la academia al acabar las clases, pero no lo tengo conmigo todo el rato. En Madrid, claramente, estoy obsesionado.

A pesar de los ordenadores, aquí también se puede hablar. Están Valentina, Thomas, Sara y unos japoneses que no es que sean muy dicharacheros. También estaba Natalia, pero se acaba de ir. Me deja su ordenador, por cierto, para que se lo guarde. Se va a hospedar en este hostel a partir de mañana. Me deja usarlo. Qué vamos a hacer, tendré que mirar mi correo…

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Y aquí mi post en Periodismo con futuro: El periodismo ciudadano, impulso de la primavera árabe

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Diarios de El Cairo (VI): de hostel a hostel

15.52 – 09/09/2011

El Dahab hostel parece muy agradable. La habitación es más cutre que la anterior, sin aire acondicionado, pero tiene un ventilador en la pared que parece que me va a hacer el apaño. A diferencia del anterior, aquí sí que hay gente. Espero conocer a alguien, si se tercia. Hemos estado andorreando arriba y abajo de la plaza de Tahrir, bajo un sol abrasador. Acabo de volver al hostel, Miriam y Manu se han ido a descansar a casa. Ya parecemos amigos de hace tiempo. Se supone que me llamarán otra vez esta noche. Antes del follón, me ha llamado Lola. Es la primera llamada que recibo de Egipto. Me he hecho con un móvil egipcio (la tarjeta, con saldo, valía poco más de un euro) y no voy a poner la del móvil español.

Por otro lado, estoy tratando de desenchufarme de Internet. Éxito relativo: el primer día, estuve dos horas en el ordenador del hostel. Ayer, una hora en un cibercafé. Mi plan es no ir a ninguno hoy. Miriam me ha dejado mandar un par de tuits desde su teléfono. El de esta mañana ha tenido bastante eco.

12.09 – 10/09/2011

En Midan Opera, tratando de alejarme un poco del centro y adentrarme en El Cairo islámico. No he desayunado. He pasado un buen rato buscando una oficina de cambio. La libra ha subido mucho (creo que estaba a 8.20 libras por euro), el dinero me va a cundir menos. Pienso si el curso de árabe merecerá la pena, pero no veo otra manera de llenar los días. Creo que necesito a la gente más de lo que suponía, porque la perspectiva de no hablar con nadie conocido durante todo un día me agobia.

El hostel en el que estoy ha mitigado un poco esa sensación: hay gente todo el rato y, aunque la mayoría miran sus ordenadores todo el tiempo, se pueden comentar cosas del día. Hay un tipo que parece norteamericano y habla muy rápido y tiene opiniones muy vehementes sobre política, un londinense bastante simpático, una italiana y varios de nacionalidades indeterminadas.

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Polonia: comunismo, Cracovia y gente rancia (Interrail, 3)

La segunda parada de nuestro viaje fue Polonia, un país con una gran variedad de sitios por descubrir, pero con un handicap: su gente es mayoritariamente rancia y, en general, no habla inglés. Es curioso, no obstante, pasar de la monstruosa Varsovia, una ciudad destruida por la II Guerra Mundial y rehecha al más puro estilo comunista, a la coqueta Cracovia, la Barcelona polaca. En sus alrededores, el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau y las minas de sal, dos visitas que merecen la pena. Y en el norte queda Gdansk, que según muchos mochileros también tiene su encanto. Pero las 10 horas de tren de distancia nos quitaron la idea de visitarla. Aún así, tres días en el país que albergará la Eurocopa 2012 dieron para mucho.

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Praga, una joya sepultada por los turistas (Interrail, 2)


La capital de la República Checa es una ciudad verdaderamente fascinante, tal vez de las más bonitas de Europa (como veréis en la primera foto), pero tan llena de turistas que a veces parece difícil apreciarlo.  Hace menos de 20 años, en Praga no sabían lo que era un ‘guiri’, y trataban al extranjero con más hospitalidad -lo sé de buena tinta-; ahora, con el exceso, se les ha agriado el carácter. No es que sean bordes, pero se les nota cansados ante los foráneos. Al menos, en el centro, la parte por donde todos transitamos en busca de la preciada imagen junto a alguno de sus monumentos.

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