Hay días -pocos- que no estoy muy feliz. Que tengo bajones, o falta de alegrías. Si puedo, intento ir a la Gran Vía, lo más cercano a un río que hay en la Ciudad de las Zanjas. Cuentan que si te acercas a un río, cargado de problemas, y le susurras al agua tus penas en voz alta, el agua se lleva tus pesadillas y malos sueños corriente abajo. También dicen que el secreto es que, al escucharte recitar tus propias miserias en voz alta, tú mismo te das cuenta de que no tienen tanta importancia.
La Gran Vía es un río, aunque de gentes y coches. Por muy mal que estés, las personas y el tráfico no cesan nunca, y tus problemas les importan poco. Por eso, cuando no estoy bien recorro despacio esta calle, y le susurro a las ventanas mis penas. Me suelo quedar mucho más tranquilo.
La Gran Vía nunca está triste
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