
Con Juan, en Estambul
Metido de nuevo en la vorágine del trabajo, ahogado entre medallas y competiciones, casi parece que se me olvidan las dos últimas semanas en las que vagué lejano de Madrid. Pero no. He padado más de dos semanas de viaje de mí mismo, entre trenes por el este de Europa. Según mis cálculos, Juan y yo hemos recorrido unos 7.000 kilómetros por tren y barco.

En Praga ponen los edificios delante de las iglesias
Primero, Praga, Viena, Budapes, Cracovia y Auswitch. Después, la llamada de Estambul nos hizo cambiar el recorrido, pasar por Sofía y aterrizar en la capital de Turquía. Allí quedamos, más o menos, atrapados, por su olor a kebab, pero también por la falta de trenes. La vuelta, al final, fue por Grecia, con parada en Atenas -Juan tenía allí dos amigas-, Bari -en el sur de Italia- y Roma, la ciudad eterna, donde pasamos una noche a la interperie, visitando Coliseos y monumento milenarios y durmiendo un rato frente a la impresionante Fontana de Trevi.

La Fontana di Trevi, final de nuestro viaje
Más allá de trenes nocturnos y bocadillos, de noches de marcha guiri y castillos, de campos de concentración y libretas abiertas, de idiomas comprensibles y de otros casi inventados, me queda la sensación de estar vivo. Vuelvo con gana de hacer muchas cosas. A ver, como siempre, en qué queda…
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