El avión aún no había aterrizado y El Cairo ya me estaba pareciendo un caos. Luces parpadeantes, distribuidas hasta el infinito en el suelo que se intuía bajo el avión. A la llegada, más desorden: la cinta transportadora se negaba a escupir las maletas, como presagiando que aquí, aunque lo parezca, no todo va tan deprisa. Cambia. Paga. Recoge. Sal. Encuentra.
Me recoge un conductor del hostel. Lleva esperándome varias horas, dice. Es simpático. Gira frenético y sin intermitentes. «Ya me habían dicho que el tráfico aquí es un poco loco», le digo para romper el hielo. Se encoge de hombros, sonríe. Nada más saludarlo, ya le he atacado con el árabe: «ادرس اللغة العربية الفصحى «. Respondía en inglés.
Llego al hostel casi a las 12 de la noche y me parece un poco cutre. También creo que está en un sitio de la hostia: a pesar de ser una calle sin gracia (luego descubriría que era la Avenida Ramsés), el edificio es alto y estamos en un séptimo. Desde aquí se ven luces, como desde el avión.
Llevo 12 horas sin parar. Salí de casa a medio día, una hora de retraso, casi 5 de vuelo, otra hora para la maleta. Sí, estoy cansado. Hoy dormiré pronto. Aire acondicionado, habitación grande para mí solo. Pitidos del tráfico, que no duerme. Luces que no se apagan. Buenas noches, Cairo.
Me ha parecido un arranque prometedor lleno de jugosas historias por venir.
Asi que aqui me tienes esperando la II entrega, un beso.
Muchas gracias, espero que te gusten. Besos