El mundo se vuelve
el escaparate absurdo
de unos grandes almacenes
y no hay nada más allá
de camisetas y ropa de encaje,
filosofía barata de saldos
y compras a deshoras,
paraguas consumistas.
La ausencia de lo perfecto
no es el nombre ni el amor,
tampoco el pelo mojado al viento,
sino ese escaparate sucio por el que te miras
para reflejarte en marcas de ropa
usada
y tacones partidos.
Caverna de bellas durmientes,
barbis taciturnas,
siempre más cerca de Christian Dior
que de cuerpos inertes,
indigentes desolados,
gritos desgarrados de dolor.
Sal, sal de tu planta, vete a buscar
un maniquí que te comprenda
en la sección de caballeros,
que sea músculo, y pelo, y hueso
aunque no se mueva
para que no estés sola.
Escapa de ahí, no estés sola,
encuéntrate en el sexo
que lo llena todo,
lo inunda de blanco espeso
y miradas saladas.
La sangre, la teñida saña de los pusilánimes,
te ataca, te persigue por oscuros callejones,
te mancha de esperma sucio,
golpes y jadeos forzados,
notas disonantes.
No, muévete, no te muevas,
eso no está bien,
mejor sentirte cosa,
quédate como antes,
quita, para,
maniquí.