Esta semana, ha muerto un periodista en Myanmar. La represión del ejército sobre la población civil de la antigua Birmania está siendo brutal, sin paliativos, pero el hecho de matar periodistas agrava aún más la situación. Cuando un Gobierno – u organización- ataca directamente a los representantes de los medios que cubren cualquier noticia, es la información la que se resiente.
La «información veraz y objetiva» (que reconoce el Artículo 20 de nuestra Constitución como derecho fundamental) se ve atacada cuando cualquier periodista muere. Ocurrió cuando EE.UU. disparó directamente contra el hotel Palestina en Iraq -¿se acuerda ya alguien de José Couso- y pasa ahora cuando los militares birmanos impiden el ejercicio de la libertad informativa.
Un periodista muerto siempre, siempre, es una muy mala noticia.