De tanto repetirlo, como un mantra, casi llegamos a creérnoslo: «la democracia no sirve para el mundo árabe«, decíamos. «Tenemos que protegerlos de fundamentalismo islámico«, solíamos añadir. Con estos preceptos, desde Occidente hemos sostenido sin ningún complejo a dictaduras salvajes que mantenían -y mantienen- a sus pueblos bajo el yugo de la represión y el silencio. Tal vez hasta pensando que, en realidad, hacíamos lo correcto.
Sin embargo, la realidad se muestra tozuda para llevarnos la contraria. Frente a quienes blandían el miedo al islamismo radical, los árabes nos están dando una lección de lucha por su propia dignidad, que hasta ahora se les había negado. Las redes sociales sociales prendieron la mecha de las revueltas, nacidas de la mano de una generación joven hastiada de esperar y de no participar en su propio futuro. Después, las protestas llegaron a las calles y al resto de la población. Sus demandas no hablan de aplicar la sharia ni de cumplir con los sueños de Bin Laden, sino de avanzar hacia la democracia y unas sociedades más justas y menos corruptas. Vamos, lo mismo que podría pedir en Bélgica o en Valencia.
Las revueltas de los pueblos del norte de África y Oriente Próximo, que han costado ya el puesto a los gobernantes de Túnez y Egipto y tienen en jaque a Gadafi, nos han pillado con el pie cambiado. La Unión Europea no ha sido capaz de alcanzar una postura unánime en un tema que clama al cielo, y postergar su decisión a una cumbre extraordinaria el próximo 11 de marzo. A Israel, por supuesto, le viene muy mal que abramos los ojos en esta cuestión. EE UU, en cambio, sí parece haberse dado cuenta de la oportunidad de democratizar el mundo árabe sin imponerlo a la fuerza y de que las ansias de libertad de este pueblo merecen que les correspondamos.
En los últimos días, he coordinado una serie de entrevistas a jóvenes árabes para pedirles su opinión sobre la situación política. De Marruecos a Siria repiten las mismas frases: «Haremos todo lo que sea necesario para conseguir la democracia«, dicen, «no queremos que nos traten como niños«, añaden. Quieren cambios y los quieren ya. Nos están gritando a la cara que son como nosotros, y que quieren lo mismo que nosotros. ¿Cuánto tiempo tardaremos en escucharlo?
Esta revolución es por dignidad, artículo de Enric González