El hombre enfundado, de Chéjov

Ensayo sobre lo más grotesco: enrocarse sobre sí mismo, está dentro, tapado con paraguas de palabras, con posturas imposibles que ocultan, quizá, sentimientos, tapándose de la alegría que espera sincera más allá de los abrigos negros. Tal vez, mañana, ya veremos, formas de no atreverse a hacer lo inesperado, de no romper los movimientos torpes para alcanzar un instante puro más allá de la guarida, agujero profundo en el que nos escondemos a diario.
El hombre duplicado, el hombre enfundado en su abrigo de dudas y temores, incapaz de desnudarse de heridas y gritos sordos. Capas que van saliendo por los golpes de puños y cuchillos, como una cebolla recién pelada en la cuna de un niño. A veces, se da el momento de lucidez o locura, luz al final del túnel de la esperanza, pero su fondo es negro, color oscuro de habitación con ventanas cerradas, porque no hay forma de salir de ese viejo ataud sucio que hace tiempo se convirtió en tu casa.
(Vi esta obra hace un mes. Juan Ignacio era El hombre enfundado).

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